miércoles, 31 de diciembre de 2008

Relatos Urbanos, 2008


Este año no me fue posible acudir al curso de literatura, tuve problemas con mi horario de trabajo, y no pudo ser. Tenía un buen sabor de boca de la pasada edición. Volví a participar con otro cuento. De nuevo tuve suerte y me seleccionaron. Esta vez no hubo premio. No siempre se gana. La edición de este año se llamó Relatos Urbanos, un libro llamado deseo. Mi cuento se tituló Una raya en el camino. Les dejo un extracto:

El miedo era un amigo extraño cuando se sumergió entre los matorrales. Se escapó del aviso con el corazón destrozándole el pecho, las piernas agarrotadas y el aire atrapado en la garganta. Se reía de su mote, el lobo, se reía de la fragilidad de su cuerpo en la huída y de cómo las apariencias encierran una manera de ver y no una certeza. Sentía la burla abrasándole la nuca. Le temblaban las manos aunque no sudaba, siempre lo sintió como una navajada de su cuerpo. Se echó al monte sin escopeta, medio desnudo, con un sombrero de esparto cruzado en la sien y los tropiezos de la prisa arañándole las rodillas. Hacerme esto a mí, maldecía, no tienen vergüenza. Andaba a tientas, la luna se perdía entre las copas de los árboles de solana. Conocía la zona, era pastor, de ahí su mote, nadie tenía tanto ganado. Aterraba verle llevarlo hacia la montaña, la escopeta en la mano, la mirada fiera en un punto indefinido, los dedos sonando la culata. Le gustaba apostar su cuerpo entre ribazos con agujeros de escorpiones y arbustos vencidos de caracoles mientras su ganado rumiaba. Le respetaban, imponía, aunque era fachada, y ahora lo sabían, ahora que el aire no llegaba a sus pulmones y el frío se le clavaba en el alma, ahora lo sabían al verle huir, cuando lo que esperaban era que se liara a cañonazos desde su casa. La cueva no era profunda, tenía un conducto por el que se podía escalar hacia un hueco, el lobo se acurrucó hasta perder el sentido de sus miembros en una posición de feto. Se sentía humillado. No conoció a su padre, le dijeron que llorara, pero aquel agujero al que bajaban la caja no le decía nada, hubo gente que le besó con fuerza, otros le animaron a superarlo, el muerto era un desconocido, no lo recordaba.
© Pedro F. Navarro, 2008
http://www.relatosurbanos.com/2008/index.php
http://www.alicantelibros.com/asp/galerias.asp?id=50

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