miércoles, 22 de abril de 2009

Ideas negras


Ideas Negras. Franquin. Dolmen Editorial. Cartoné. 80 págs. B/N.

No, la verdad es que todavía no les había hablado de Franquin. Maestro de la escuela franco belga, la otra cara de la moneda en su concepción artística, a la tesis de Hergé y su Tintín. André Franquin (Etterbeek, Bélgica, 1924 – Sant Laurent du Var, Francia 1997) comenzó a publicar en la revista Spirou en 1946. La historieta de doce planchas Le Tank aparecida en L’almanach Spirou en 1947 supuso la confianza de Jijé en su persona para continuar las andanzas de Spirou y Fantasio, serie emblemática de la bande dessinée, la cual dibujó hasta 1968. Aunque no fue hasta 1957 cuando creó al personaje que le otorgaría mayor fama: Gaston Lagaffe, conocido entre nosotros como Tomas el Gafe, empleado de editorial, cuya única cualidad es la de provocar continuos desastres, antecesor de la figura del anti-héroe y referente de nuestro Botones Sacarino. Y es que la influencia de este maestro atravesó fronteras e influyó, e influye, en las venideras generaciones. En 1977 junto a Yvan Delporte crea para la revista Journal Spirou un suplemento autónomo, Le Trombone Illustré. Fue aquí donde Franquin comenzó a realizar la que esta considerada como una de las obras maestras del humor, sus Ideas Negras. Tras el cierre de este suplemento, Fluide Glacial fue la cabecera que alojó la continuidad de la serie. Fue recopilada en dos álbumes en 1981 y 1984, y su edición integral no se produjo hasta el año 2001. En España no la vimos publicada en su versión definitiva hasta 2004, de la mano de Dolmen Editorial. Un humor feroz, libre, sin cortapisa alguna, verdadera cima del humor negro, atraviesa las planchas de este trabajo, realizado en forma de gags de media a una página. El dibujo toma cuerpo en base a siluetas negras. No deja títere con cabeza, la caza, los ejércitos, la guerra, la religión, la clase política, la polución, etc. Es la suma de todos los conocimientos de una carrera, verdadero tour de force, de concisión, de narración, lección magistral de dibujo con una narrativa de una movilidad tan sólo comparable a la de nuestro genial Coll. Nada se salva, nada se deja de criticar con una libertad que ya quisiéramos encontrar en esta actualidad tan monacal y políticamente correcta. Si no la han leído, si no la conocen, debería de ser su próxima lectura. Créanme. Ya tardan.

© Pedro F. Navarro, 2009

(Columna Noveno Arte publicada originalmente en el periódico 30 Días en enero de 2009)

sábado, 11 de abril de 2009

La vida en viñetas. Historias autobiográficas


La vida en viñetas. Historias autobiográficas. Will Eisner. Norma Editorial. Cartoné. 478 págs. B/N y sepia.

Estamos de enhorabuena. Acaba de aparecer este volumen de historias del maestro de los cómics por excelencia. Will Eisner nació en Brooklyn, New York en 1917 y murió en Lauderdale Lakes, Florida en 2005. En esta antología vamos a encontrarnos con la recopilación de dos narraciones cortas y de tres novelas gráficas. Todas tienen el denominador común de ser vehículos en los que el autor volcó parte de sus vivencias.
Crepúsculo en Sunshine City (1985) es la historia de Henry Klop un jubilado neoyorkino que va a marcharse a la calida Florida para pasar sus últimos años de vida. Comienza con el traspaso de su negocio y los recuerdos inundando su mente mientras cae una nevada. Cuando le preguntan “¿Qué te queda aquí?”, Henry contestará: “Recuerdos, un montón de recuerdos”. Will Eisner siguió el mismo periplo que su personaje.
El Soñador (1986) es una de las obras más importantes de Eisner y una de las que más me han influenciado a título personal. Bill es un soñador. Desea trabajar dibujando cómics. Seguiremos su arduo camino hasta que llegue a convertirse en autor. Este trabajo que empezó siendo una obra de ficción acaba convirtiéndose en un referente histórico de los orígenes de los cómics. Entre los personajes, encontraremos camuflados a autores míticos de la talla de Bob Kane, creador de Batman o de Jack Kirby co-creador del universo Marvel.
Viaje al corazón de la tormenta (1990) es la obra más claramente autobiográfica. Will Eisner sentado en un tren en el año 1942 viaja para incorporarse a filas durante la Segunda Guerra Mundial. Cuenta por medio de flashbacks la infancia y la adolescencia de nuestro autor, así como la historia de su familia. Este trabajo es la obra con más carga emocional de esta antología.
Las reglas del juego (2001) narra las vivencias de la familia de Ann la mujer de Will Eisner. Es una obra coral donde veremos la ascensión y caída del déspota Conrad Arnheim. Y finalmente, El día en que me convertí en un profesional (2005) de tan sólo cuatro planchas nos devuelve a Bill el protagonista de El Soñador y su eterno viaje acompañado de su portafolio de muestras.
Les recomiendo este álbum. Para estas fechas un regalo original y de gran calidad. Indispensable.
© Pedro F. Navarro, 2008

(Columna Noveno Arte publicada originalmente en el periódico 30 Días en diciembre de 2008)

domingo, 5 de abril de 2009

Waslala

La Tetería Waslala está situada en la calle Argensola, 3 del casco antiguo de Alicante, en pleno corazón de la ciudad. Detenerse a disfrutar de este entorno privilegiado y fuera de lo normal es prácticamente una obligación a todo aquel que nos visite. Pedro y Luisa, los responsables, les acojerán con mano amiga y trato exquisito. Ya lo verán. Hace unos meses me pidieron que para su nueva carta les escribiera un pequeño cuento. Desde Enero pasado la carta de la Tetería Waslala tiene a bien acogerlo entre sus páginas. Lo escribí con todo el cariño del mundo. Espero que les guste:
Waslala
Waslala, reza el letrero. Leí mejor: Tetería Waslala. Había caminado sin rumbo. Llevaba mucho tiempo atascado en la resolución de un cuento. La pluma seca en el bolsillo era el cuerpo del delito. Waslala no existe, me dije, es un imposible, una ilusión. Nunca creí en utopías. Una estrella de papel ilumina la entrada. La enrejada abierta ofrece entrar hasta una puerta de madera con ojos de cristal cuyas aguas parpadean imágenes anegadas de ocre envuelta entre muros centenarios. Pasé. El hálito de calor me relaja, una luna llena de azul me mira y el rumor del agua con su leve torrentera de murmullo de beso acaricia mi alma. Pinocho sentado en un columpio gira su cabeza. Un caballo alado, Pegaso quizás, vuela surcando sueños de aserrín. Las ventanas de Waslala dan a otros mundos. Un niño con pijama contempla la noche, sueña olvidos e imagina ser un principito a la vez que un hada sentada en la contraventana me pide silencio. No despiertes, no lo despiertes, me dice al agitar sus alitas de rama de arbusto. Waslala, suspiré, un lugar donde refrescar los veranos, un lugar donde encontrar abrigo en los inviernos. El aroma del té lo envuelve todo ¿Existe este lugar? ¿Es posible? Escuché una voz, no supe de dónde: té de la mejor calidad, agua mineralizada y azúcar de caña integral de agricultura ecológica. Me senté al fondo donde una fuente habla de un imposible con la letra grabada en la piedra mientras el agua bosteza círculos en el pozal. El ambiente relajado detiene el tiempo en este lugar de ensueño. Deseé no despertar. Abrí la carta. La lista, no sólo de tes, era de impresión. Volvió la voz: hasta las diez y media junto a tu consumición te ofrecemos una degustación gratuita y diferente cada día. Apostamos por productos de comercio justo y de agricultura ecológica. Cerca, había una estantería de cristal. En su interior, libros de sueño dulce con palabras escondidas entre páginas de lavanda. Leí los títulos. Aún no han sido escritos, escuché. Los conozco, repliqué al levantar la vista. Sentado sobre el marco de un cuadro, un ángel con un libro abierto sobre las piernas me mira con la melancolía del buscador de palabras. No todos, aunque se escribirán más pronto o más tarde, me dijo. Volví a leer los lomos. Tenía razón. Al final del primer estante encontré mi nombre junto a un título que desconocía. Lo cogí sorprendido. Amarillento de tiempo, la humedad ahuecaba sus páginas. Lo abrí. Estaba en blanco. Luisa me había preparado un té. Pedro me lo sirvió en la mesa. No recuerdo cómo supe sus nombres ni tampoco cómo acertaron con el té que deseaba. Miré el blanco de la página, el abismo. Bebí del té. Su sabor anegó mi garganta abrasada de civilización. Me sentí renacer. Llevaba meses atascado sin escribir. Pinocho y el caballo alado, Pegaso quizás, jugaban iluminados por una luna llena de azul. El hada pedía silencio. El rumor del agua envolvía los aromas de té. El ángel sonreía. Nunca creí en utopías. Estaba equivocado. Saqué la pluma seca de mi bolsillo, el cuerpo del delito, y comencé a escribir: Waslala, reza el letrero…

© Pedro F. Navarro, 2008