martes, 8 de diciembre de 2009

Silencio


Silencio. Didier Comès. Colección B/N nº 11. Norma Editorial. Rustica. 134 págs. B/N.

Silencio es bueno. No conoce el significado de la palabra odio. Aunque tampoco conoce la palabra amor. Silencio es mudo de nacimiento. Sus ojos de serpiente unido a su falta de habla es la mezcla perfecta para que todos los habitantes de su aldea le crean ido y tonto. Beausonge es su aldea. Situada en las Ardenas, es un paraje primitivo donde las leyes ancestrales tienen una realidad desconcertante, y la magia, un remanso de existencia.

Didier Comès (Sourbrodt, Bélgica, 1942) sorprendió y desconcertó a los lectores de la revista A Suivre cuando esta historia fue serializada a finales de la década de los setenta. Hasta esa fecha había publicado tres álbumes: dos entregas de su personaje Ergun el errante, El Dios Viviente y El. Maestro de las Tinieblas, y La Sombra del Cuervo. Silencio supuso para Didier no sólo un cambio evolutivo sino el encuentro de su voz verdadera que le acompañará durante toda su trayectoria. Fue una ruptura global con su manera de entender la historieta. El elemento más adjetivo de esta transformación fue el abandono del color. Sus viñetas se pueblan de un claroscuro del que ahora es un maestro indiscutible. Sus decorados adquieren una vida deslumbrante, sus ambientes se vuelven más claustrofóbicos y la acción se sitúa en un entorno rural, que será, a partir de este momento, el paisaje de sus obras: Las Ardenas. Comès huye de la vertiente comercial del cómic en un salto suicida. Aparecen páginas mudas donde sus personajes deambulan envueltos en un paisaje voluptuoso e inhóspito que acentúa su soledad; donde los animales con su presencia y su mirada adquieren el valor de símbolos. La soledad del individuo, la incapacidad para comunicarse, y la venganza, entendida como el único camino para sobrevivir, serán las constantes en su producción. Aunque externamente los personajes de Comès se transforman, internamente no sufren cambio alguno. La bondad e ingenuidad de Silencio no cambia, aunque sus vecinos le perciben de distinta forma cuando su semblante se vuelve más serio.

Abel Mauvy es el dueño de la mayor granja de Beausonge. Es el amo de Silencio. Usa y abusa de él. Abel es supersticioso, llama a su vecino “la Mosca” para que, por medio de un sortilegio, proteja la granja de todo mal clavando en la puerta de la entrada una lechuza. Este acto desencadenará una serie de acontecimientos imprevisibles.
Treinta años después de su aparición Silencio sigue impactando. No se la pierdan.


© Pedro F. Navarro, 2009

(Columna Noveno Arte inédita, noviembre de 2009)

ACTUALIZACIÓN:

(Columna Noveno Arte publicada originalmente en el periódico 30 Días en diciembre de 2009)

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